Cuando la pobreza empobrece el trabajo

La histórica desconfianza de los argentinos hacia los políticos tuvo la semana pasada un hito contrapuesto. Nuestra ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, esgrimió una verdad que nadie puede objetar: fue un día triste. Argentina alcanzó el 32% en su índice de pobreza y se dispararon innumerables debates en torno a las responsabilidades y consecuencias…

Cuando la pobreza empobrece el trabajo

La histórica desconfianza de los argentinos hacia los políticos tuvo la semana pasada un hito contrapuesto. Nuestra ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, esgrimió una verdad que nadie puede objetar: fue un día triste. Argentina alcanzó el 32% en su índice de pobreza y se dispararon innumerables debates en torno a las responsabilidades y consecuencias de un índice tan alto. En este artículo, nos ocuparemos de los efectos de la pobreza sobre la calidad del trabajo en las empresas, considerando inclusive otros indicadores económicos por igual importantes e influyentes en nuestra cuestionada estructura laboral.

En caso que tuviéramos que esgrimir una ecuación, sería la siguiente: 32+13=3,3. No busquen razonamientos matemáticos, es sólo enunciativo: 32% de pobreza más 13% de desempleo genera un 3,3% de caída en el PBI (sin olvidar que la tendencia decreciente suma un 8,3% desde hace 8 años). Aquí también hay otra arbitrariedad, porque el orden de los factores sí altera el producto.

Aunque parecieran inconexas, los niveles de pobreza condicionan las estructuras laborales argentinas. Por ejemplo, las empresas necesitan planificar sus nóminas en el mediano y largo plazo en función de sus proyectos de negocio, conociendo las características demográficas del espacio donde operan porque seguramente de allí se nutrirán para sumar fuerza de trabajo a sus fábricas y manufacturas.

Hoy 1 de cada 3 argentinos es pobre, en consecuencia no accede a espacios educativos y más importante aún tampoco accede a las condiciones alimentarias que le aseguran un adecuado desarrollo psicofísico. No cabe duda que con esta triste ecuación, las empresas tendrán serios problemas para satisfacer sus necesidades de personal a futuro.

En esa misma línea, las áreas de recursos humanos deberán invertir más recursos de los que ya invierten para formar a las personas ya no en competencias específicas de negocio sino en procedimientos básicos de trabajo y socialización ¿O acaso esperaremos que ese tercio de nuestro país, del cual gran parte transcurre actualmente su adolescencia ingrese al mercado de trabajo con hábitos laborales y valores como el esfuerzo, la constancia y la dedicación?

La selección y la capacitación no tendrán un escenario conveniente. Tampoco creemos lo tenga la modernización tecnológica de nuestras empresas. En plena revolución industrial, la tríada empresas-sindicatos-estado deberán pensar antes de avanzar: sumar despidos masivos a un 13% de desempleo con tendencia creciente también revela un escenario social complejo ya que el consumo podría continuar su baja a raíz de la sustitución de mano de obra por tecnologías disruptivas. Algunos defienden que esto es inevitable e implica remar contra la corriente; lejos de ahuyentar los avances la idea es reflexionar sobre los impactos negativos de cada paso dado e intentar minimizar su impacto.

La relación entre oferta de competencias laborales y necesidades de los negocios seguramente tenga fricciones a futuro. Las empresas en pos de ganar competitividad exigirán cada vez más conocimientos, pero el mercado de trabajo no podrá ofrecerle la cuantía requerida: lamentablemente el combo 32-13 empobrece la calidad de nuestro trabajo e indirectamente la calidad de los productos y servicios que ofrecemos al mundo.

Habitualmente en el ámbito de recursos humanos se debate sobre la escasez de talento y la falta de mano de obra calificada. Resulta incompleto el análisis si no se contemplan los niveles de pobreza y desempleo. Uno completa la mirada futura, otro la actual. Esto lleva a pensar que los mercados laborales progresivamente se convertirán en nichos reducidos donde serán pocas las personas que puedan satisfacer las necesidades de las organizaciones y una gran masa de desocupados peregrine los caminos de la precarización laboral. Imaginamos espacios de gente ultracalificada y otros de rápida rotación y reemplazo.

La triste ecuación demuestra que la pobreza, empobrece el trabajo. A mayor pobreza y desempleo, disminuye la calidad del trabajo en general. Estos flagelos condicionan los desarrollos organizacionales negativamente y potencian cuestiones indeseables como el trabajo no registrado y las malas condiciones de trabajo.

Cuando 1 de cada 3 es pobre, nada bueno puede salir en el largo plazo. Hasta en términos motivacionales, las fronteras organizacionales se convierten en barreras de inclusión y exclusión en donde la ausencia de recursos humanos puede llevar al miedo constante de perder el trabajo y a la pérdida definitiva de la expectativa de conseguir uno nuevo.

A modo de cierre, en sociedades donde el trabajo es el principal estructurador social resulta peligroso e inconveniente tener altos índices de pobreza. La calidad del trabajo se erosiona y los productos finales carecen de lo necesario para competir. Otro desafío más para la solicitada agenda de recursos humanos.

*Profesional del Área de Recursos Humanos