Cine y política en el Festival de Uruguay
Hacer un festival de cine, contra viento y marea, con las dificultades que implica (en todo el mundo, pero más aún en países como los nuestros, acá por el sur del globo) conseguir y mantener los presupuestos, obtener las películas, convocar al público y a los invitados, etc. es, también, adoptar una posición política. Política…

Hacer un festival de cine, contra viento y marea, con las dificultades que implica (en todo el mundo, pero más aún en países como los nuestros, acá por el sur del globo) conseguir y mantener los presupuestos, obtener las películas, convocar al público y a los invitados, etc. es, también, adoptar una posición política. Política con mayúscula; esa que se piensa a largo plazo, que confía en la construcción junto al pueblo, que presta menos atención al conflicto partidario circunstancial que a los lineamientos de una acción y un debate que permiten pensar en un futuro mejor.
De esto también se trata un festival como el FCIU, en el que -de algún modo- la influencia de un año electoral puede sentirse (de una manera menos salvaje que por estas tierras, debe reconocerse), pero no es allí donde se pone el acento. Lo que interesa es en qué cine, en qué cultura, en qué país y en qué mundo está pensando el festival.
La influencia del año electoral se sintió en el Festival
Presente, pasado y futuro dialogan y se piensan en conjunto o de manera interrelacionada. Las detenciones y torturas de Santiago, Italia de Nanni Moretti resuenan hasta el día de hoy. Forman parte de eso oculto, enterrado, que algunos intentan olvidar pero que está en nuestras vidas; como las fosas comunes que siguen apareciendo en España.
Lo que en La causa contra Franco: ¿El Núremberg español? (Lucía Palacios/Dietmar Post) se desnuda con potencia documental en torno a las más de 100.000 desapariciones de esa dictadura, en Petra (Jaime Rosales) forma el sustrato, el contexto y, quizás, la explicación de una deriva que parece de culebrón pero en modo alguno es melodramática.
Trailer de Petra , de Jaime Rosales
¿Existe el arte sin verdad? Esa es la pregunta, explícita en la nueva obra del director de Las horas del día y Tiro en la cabeza. La necesidad de la memoria sigue siendo el eje de películas que evidencian el carácter permanente del delito de la desaparición (La casa en Argüello, de Valentina Llorens; Operación Cóndor, de Andrea Bello y Emiliano Serra).
Permanente por sus efectos en lo individual, pero también en lo social: ¿cómo no pensar en esos crímenes cuando advertimos los nuevos perfiles que adopta en la actualidad el término “desaparecido”? En la potente Soles Negros (Julien Elie), vemos como en el México del presente quienes desaparecen no son detenidos sino abducidos, explotados o esclavizados en una especie de leva de mano de obra delictiva.
Recordar, advertir, pensar y abrir el debate, señalar y (¿por qué no?) incomodar. Eso también forma parte de este pequeño gran festival.