Shanghái, la ciudad más poblada y pujante de la República Popular China que recibirá este sábado al presidente Alberto Fernández, es una gran metrópoli que conjuga la modernidad de un país que se convirtió en superpotencia mundial con las tradiciones, culturas e historias de una nación que se proyecta al futuro sin olvidar su pasado milenario.
Shanghái es también sede de las empresas mineras más importantes de China, por lo que el Presidente mantendrá reuniones con varios de sus directivos que están interesados en desarrollar proyectos en la Argentina.
Aquí es también donde tiene su sede el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) de los Brics, cuya titularidad ejerce la expresidenta brasileña, Dilma Rousseff, quien recibirá al jefe de Estado el próximo martes.
Ese encuentro con la exmandataria brasileña será una manera de reafirmar la intención de Argentina de consolidar su pertenencia al bloque de naciones emergentes, que inicialmente fundaron Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y que en agosto pasado se amplió tras una cumbre realizada en Johannesburgo.
Tras esa reunión, Fernández se trasladará a Beijing para participar del «III Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional», al que asistirá por invitación del jefe de Estado de la nación asiática, Xi Jinping.
Shanghái, la pujante y populosa ciudad China
En el idioma Wu -uno de los dialectos que componen la lengua china- la palabra Shanghái deriva de la expresión Za Hae y significa «sobre el mar», y hace referencia al lugar en el cual se asentaron sus primeros habitantes: el delta del río Yangtsé.
Los primeros habitantes de lo que más tarde se convertiría en la gran ciudad del este de China llegaron desde el norte del país en el año 1000, huyendo de las invasiones de los mongoles.
Así fue como en sus inicios congregó a mercaderes, textiles y pescadores, que dieron fama a un antiguo adagio de la China que luchaba contra el asedio mongol y que viene de los tiempos en los cuales se erigió la Gran Muralla: esa frase histórica sostiene que «mientras en el Norte se hacía la guerra, en el sur se producía y comerciaba».
Asentada en un lugar estratégico, Shanghái se convirtió en uno de los puertos más importantes de Asia y del océano Pacífico, lo que determinó que las potencias occidentales procuraran asegurarse su control en el siglo XIX, en los tiempos en los cuales se buscaba dominar la producción y la exportación del opio.
El control de esa sustancia impulsó a los británicos a librar dos guerras para forzar a la China imperial a abandonar sus políticas proteccionistas y abrir sus puertos a un comercio ilimitado con el Reino Unido y otras potencias occidentales.
Como parte de estas imposiciones, Shanghái otorgó zonas en concesión a Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, que establecieron asentamientos estratégicos de la ciudad.
En la actualidad, el antiguo sector francés es una zona residencial y de hoteles que conserva parte de la arquitectura parisina.
Edificaciones con techos a dos aguas y tejas rojas, calles arboladas y amplios espacios verdes pueden apreciarse en esta parte de la ciudad que posee similitudes urbanísticas con algunos barrios de Buenos Aires, y que contrasta con los modernos rascacielos emplazados en la parte más moderna de la urbe.
Esa presencia extranjera generó también resistencia por parte de buena parte del pueblo chino, y la ciudad se convirtió en un centro de agitación política, al punto de albergar en 1921 el primer congreso del Partido Comunista Chino (PCCh).
Otro acontecimiento histórico ocurrido en esta ciudad fue la llamada «masacre de Shanghai», del 12 de abril de 1927, una violenta represión ordenada por el régimen de Chiang Kai Shek contra los militantes del Partido Comunista que dio origen a la guerra civil que concluiría más de dos décadas después, el 1º de octubre de 1949 con el acenso al poder de Mao Tse-Tung, fundador de la República Popular.
A fines de los años ’30, los japoneses invadieron China, que se encontraba en pleno conflicto interno, y tomaron Shanghái, la ciudad puerto que ya era llamada «la Perla de Oriente», pero respetaron las zonas concesionadas a las potencias extranjeras hasta 1941, cuando el Japón imperial se metió de lleno en la Segunda Guerra.
La ciudad fue liberada tras la rendición japonesa de 1945 e inició un período de reconstrucción tras el triunfo de la revolución.
Con las reformas de mercado que China introdujo en el país en la década de los ’80 de la mano del modernizador Deng Xiaoping, Shanghai recuperó su vitalidad productiva para convertirse en un polo que impulsó la economía del país.
Hoy es una ciudad plagada de rascacielos alumbrados por luces de neón y atravesada por autopistas por la que circulan autos con patentes repartidas entre el color azul, para los autos que funcionan con combustibles a base de hidrocarburos, y de color verde, que diferencian a los vehículos impulsados a electricidad.
En medio de toda una parafernalia de conectividad y comercio electrónico, a través del cual se realiza hoy en China el 90% de las transacciones, en las mañanas los vecinos de los distritos más tradicionales se asoman a los balcones de los edificios que habitan para practicar el Tai Chi Chuan, un arte marcial milenario basado en la búsqueda de la armonía interior.
Hasta 2002 Shanghái no tenía una red de subterráneos, pero ese año comenzó a ser construida y hoy posee el sistema de subtes más amplio del mundo.
El rio Huangpu, afluente del Yangtsé, divide Shanghái en un sector occidental, donde se ubica el distrito de Puxi, más tradicional y que conserva el casco histórico de la ciudad, y otro oriental, llamado Pudong, que es el centro financiero.
Con 29 millones de habitantes distribuidos en más de 6000 kilómetros cuadrados, la metrópoli es una ciudad autónoma que juega también un rol central en la política china.
El actual presidente de China, Xi Jinping, fue secretario general del PCCh en Shanghái y sus principales colaboradores en el gobierno provienen también de esta ciudad.