Caminaba por la avenida Corrientes y se sorprendió. La marquesina del teatro Metropolitan la mostraba por partida doble. Es la protagonista de las obras Te espero en la oscuridad, con funciones los domingos, y El cuarto de Verónica, que repone a fin de mes, los martes. Lo curioso, dice, no sólo fue verse, sino en qué propuestas. “Es un delirio que me llena de orgullo”, admite Silvia Kutika.
Y es que protagoniza dos piezas que traen al teatro comercial un género no muy explorado en nuestra cartelera: el suspenso. Y no sólo eso. También la modalidad de trabajo que dispuso el grupo es en cooperativa, algo que no es de lo más usual.
“Es todo a pulmón. Con El cuarto ya llevamos casi cuatro años. Es llegar a un teatro, armar toda la escenografía, sacarla, subirla al auto. Falta un tornillo y buscarlo, ver si rindió, si no. Hay funciones buenas y otras no tanto. Pero es hermoso. Es como volver a lo primitivo del teatro”, describe la actriz que también trabaja en la flamante serie Nada (Star+), en la que comparte pantalla con Luis Brandoni y Robert De Niro. Sin cinco episodios ágiles, ideales para ser visto en maratón.
En relación al teatro, por supuesto muchas veces se pregunta qué está haciendo metida en semejante berenjenal y con una apuesta diferente, pero rápido se responde que es un sueño cumplido. “Somos nuestros jefes, le ponemos garra y amor. Muchas veces pensamos que era una locura, pero cuando vemos que la cosa funciona, que la gente está contenta, que te cuenta que se asustó, que no se movió de la butaca, es muy gratificante”, revela la actriz.
-Interpretás a una mujer no vidente en “Te espero en la oscuridad”. ¿Cómo es ese personaje”?
-Es un desafío enorme. No me imaginé que iba a ser tan difícil. Estuve durante algunos ensayos con los ojos vendados, dos, tres horas y era tan frustrante la desubicación a la que llegaba, hasta me daban nauseas. Yo estaba segura de que estaba en determinado rincón, o en determinado lugar, y cuando me sacaba la venda estaba en el rincón opuesto. Lo que queríamos era llegar era un personaje no evidente, que dentro de su ámbito tuviese una agilidad de movimientos. Y me costó un montón.
Silvia Kutiva trabaja en el Metropolitan con el modo de cooperativa y siente que «es como volver al modo primitivo del teatro». Foto: Luciano Thieberger -¿Qué aprendiste en esa construcción?
-Fue un proceso muy doloroso, pero a la vez aprendí que la visión también te distrae mucho. Empecé a conectarme mucho más con el oído, a potenciar otros sentidos. Y también es conectarse mucho más con tu interior, con esa vocecita que se distrae muchas veces con cosas lindas o feas que vas viendo. Fue muy interesante el proceso.
-¿Y cómo es esta mujer?
-Es muy inteligente y sabe bien lo que está pasando. La obra habla de eso también, de cómo subestimamos, o lo difícil que se nos hace a veces comunicarnos con personas que tienen alguna discapacidad. No entendemos, en general, cómo abordarlas. Me ha pasado en la calle que veo a una persona no vidente que está intentando cruzar y espero a ver si resuelve o no. Y, si no resuelve, lo que hago es acercarme y, a lo mejor, tocarla. Y sé que eso no se tiene que hacer, porque esa persona no sabe quién la está tocando. Claro, le invadí su espacio. No somos respetuosos muchas veces del espacio del otro. Nos metemos apurados, abrazamos, pedimos una foto, una selfie, y yo entiendo que somos muy sanguíneos, pero también ahora estoy reflexionando sobre esos espacios privados.
Una escena de «El cuarto de Verónica», con Silvia Kutika, caracterizada, a la derecha. Foto Nacho Lunadei
Las huellas de una infancia sufrida
-En medio de los estímulos y de una ciudad muchas veces con ánimos crispados parecés tener un temple tranquilo, de buen humor ¿Cómo fuiste construyendo ese refugio personal?
-Yo tuve en mi vida familiar, de muy chiquita, una enfermedad muy seria de una persona muy cercana y que duró mucho tiempo. Y yo creo que mi carácter lo fui construyendo desde ese momento. Tenía 11, 12 años, y siempre pensé que esto que me sucedía era para hacerme más fuerte. Mi papá también hablaba mucho sobre eso.
Cuenta que él le «decía que yo era una persona muy sensible y que me tenía que ir haciendo fuerte en un mundo que no era tan sensible y que era bastante complejo. Yo iba al colegio y me decía que tenía que aprovechar esos momentos de descanso con otra gente para relajar de toda esta situación que yo estaba viviendo, y que el resto de la gente no tenía por qué entender que yo estaba enojada o estaba dolida. Yo sentía que tenía que dar como lo mejor de mí en esas situaciones de relacionarme con el otro, que tenía que ser un encuentro pleno y así me fui cerrando también en demostrar ciertos estados de ánimo«.
Kutika dice que parte de su estilo, suave e introvertido, está asociados a situaciones de su infancia. Foto: Luciano Thieberger-¿Y cómo funciona esto hoy?
-Es un trabajo, porque esto me llevó a cosas muy intensas que estoy viendo ahora. Es una energía que uno come de sí y vas mostrando como que siempre estás bien y en realidad estás hecho puré. Entonces, empecé también a aprender que, con ciertas personas, con amigos, obviamente ahora con Pipo (Luis Luque, su pareja), que hace como cuarenta y pico de años que estamos, puedo descargar. Me permito que sepan cuando no la estoy pasando bien. Me cuesta mucho ese aprendizaje, porque era como que siempre estaba con una sonrisa, y a lo mejor estaba destruida.
-Estás aprendiendo a desandar también un camino, ¿no?
-Sí, algunos mandatos eran muy fuertes. El mandato de mi viejo, esto de hacerme fuerte, de que no podía mostrarme tan sensible. Yo soy hipersensible. Y con toda esta cosa de la fortaleza era complicado para mí expresar muchas veces lo que sentía, ¿no? El decir, “te quiero” era imposible para mí. Vengo de una familia que expresa de otra manera, mis viejos se expresaban en acciones. Ellos decían muchas veces que no sirve decir “te quiero” si vos después con las acciones no lo mostrás. Es muy complejo ese equilibrio.
La abuela de Fausti
«Me hace volver a mis épocas de mamá», dice la abuela Silvina, en relación a Fausti, su primer nieto. Foto: Luciano Thieberger. -La llegada de tu nieto, Faustino, también debe haber sido transformadora.
-Voy a aprender mucho de él. Es chiquito, así que es un vínculo de reírse, de mostrarte las cosas, las sorpresas. Me hace volver a mis épocas de mamá, recordar cómo transité todo ese pasaje hermoso de ir descubriéndolo a mi hijo. Recuerdo la primera risa que hizo mi hijo Santi, que yo no podía parar de hacerle la monigotada para que él siguiera riéndose. Tanto que casi deja la panza afuera. Y ahora, cuando lo escucho reírse a Faustino, me lleva a ese momento y a un disfrute muy pleno que no quiero que pare de reírse.
-Y desde un lugar de menor responsabilidad.
-Claro, es hermoso. Y es como el no tener ningún límite ni prurito y ver a mi hijo papá… me muero de amor con los dos. Recién vi un pedacito de un video que él armó con Fausti para un programa donde decía que nos descubría a Pipo y a mí en un lugar que él no conocía, con formas y con sentimientos que él no había visto en nosotros. Y a mí me pasa lo mismo, yo verlo en su rol de papá es su primera vez, y lo veo tan amoroso, tan apegado a su hijo, con esa familia hermosa que están construyendo con mi nuera, que es un sol. Hay mucha admiración de mi parte.
Luis Luque y Silvia Kutika conforman una de las parejas más queridas del ambiente. -Y ellos, como muchos otros, deben admirar el vínculo que construiste con Pipo. ¿Qué te enamora de él?
-Es muy coherente, Pipo. Es buena gente. No le he descubierto cosas oscuras, no es envidioso, no tiene tejes y manejes. Es real. Lo podés querer o no, porque es chinche, en cinco segundos se enoja y a los dos minutos se olvidó. Y te dice que no es tan importante, que ya está. Siempre dice, con respecto a esto del ego y de la envidia, que no la tiene porque nadie puede hacer las cosas como las hace uno. Porque cada uno es único. Entonces no se trata de hacer lo mejor o peor, sino de hacerlo a tu manera.
«Eso es maravilloso, ya te corrés a un lugar que es fantástico. Esas cosas me siguen enamorando. Lo veo amoroso, lo veo compañero, es un pegote, y por otro lado te da el espacio, no te invade, está muy atento siempre», confiesa.
-¿Y qué crees que lo sigue fascinando de vos?
-Que soy medio petardito, que me muevo. Él me carga, me dice, “¡Ay, vos te movés todo el tiempo!”. Y también estoy muy atenta a él, obvio, me gusta sorprenderlo siempre. Soy buena compañera, nos encantan los logros, las cosas de superación en cada uno, en la profesión, ir creciendo. Nos encanta esta crianza que hemos tenido de Santi, que lo vemos que es buena madera. Creo que somos buena gente y muy tranquilos, muy de barrio, muy relajados. Disfrutamos de las cosas muy chiquititas, no hace falta grandes cosas para ponernos contentos. Es un “Uy me compraste un alfajor, sabías que tenía ganas”. Y esos gestos para nosotros son hermosos.