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La solución está: es una sociedad con valores

En la sociedad argentina, como en otras partes del mundo, se han vuelto cada vez más evidentes los indicios que muestran señales de tristeza, angustia, desesperanza, incertidumbre, preocupación, indignación, impotencia, miedo o frustración de sus ciudadanos.

Las razones parecen claras: la carencia de valores, la falta de consensos sobre un modelo de país compartido, de una visión de largo plazo o la ausencia de liderazgos genuinos de nuestros dirigentes, son solo algunos de los elementos que los justifican. Esta problemática representa un obstáculo significativo para el desarrollo intelectual y productivo de nuestro país.

Los valores sociales son cualidades y actitudes que los individuos y los grupos utilizan para orientar sus acciones. Estos valores perdurables son el fundamento para establecer el orden social dentro de los colectivos. La decadencia de estos en nuestra nación ha erosionado la base ética de nuestra sociedad.

La honestidad, el respeto, la justicia, la tolerancia, la libertad, la educación, entre otros, parecen haber perdido relevancia en nuestras actividades cotidianas.

La corrupción, la impunidad y la falta de responsabilidad y compromiso se han arraigado en la política, en los negocios y en la vida misma.

Esta pérdida de valores fundamentales mina la confianza en nuestras instituciones y en sus conciudadanos, lo que dificulta la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Si no hay confianza en las instituciones, en sus líderes, ni en la palabra empeñada, ninguna organización humana puede funcionar y desarrollarse.

Los líderes desempeñan un papel crítico en la formación de una cultura y en la promoción de una ética pública. Lamentablemente, muchos de nuestros lideres han caído en la trampa del oportunismo y el corto plazo, priorizando sus intereses personales, partidarios u organizacionales por sobre el bienestar de la comunidad en su conjunto.

La polarización política y la confrontación constante han reemplazado el diálogo y la cooperación, lo que impide la construcción de acuerdos necesarios para el progreso sostenible de nuestro país.

Necesitamos líderes que sean democráticos, estratégicos, transformacionales, y orientados a las personas. Debemos apoyar, elegir y promover líderes que usen sus capacidades para hacer el bien colectivo.

A pesar de haber cumplido 40 años de democracia, presiento que no estamos comprendiendo que el voto es necesario, pero no suficiente. La realización de elecciones periódicas no nos hace por ello más republicanos, y ante una situación de suma complejidad y gravedad no debemos tomar decisiones autocráticas o autoritarias sino por consenso y en pos del bien común.

Debemos hacer exigir a través de nuestro voto el respeto de nuestros derechos, la división e independencia de poderes, la alternancia en el poder y la libertad de expresión.

Sin querer pecar de insistente, la falta de liderazgos positivos se traduce en gestiones deficientes y en la incapacidad de abordar con soluciones concretas y eficaces los problemas estructurales que aquejan a la Argentina, como la inflación, el alto déficit fiscal en las cuentas públicas, el nivel de emisión monetaria, la informalidad, la inseguridad, la pérdida de calidad educativa, la exclusión social o la pobreza, socavando nuestra capacidad para avanzar hacia un futuro próspero y duradero.

Por más buenas decisiones que a futuro se tomen desde el sector público o privado, por más liderazgo que volvamos a inculcar, ninguna medida alcanzará para salir de la actual crisis que tiene Argentina si no construimos una cultura basada en valores sólidos sobre la que se sostenga esta democracia que logramos conseguir y mantener durante 40 años.

Y para lograr el cometido de transformarnos, debemos poner en la agenda pública la necesidad de gestionar con honestidad intelectual; debemos defender y reconocer los comportamientos y las personas íntegras y transparentes; en nuestras organizaciones debemos exigir y promover líderes éticos y responsables.

No es utópico pensar en la posibilidad de cambiar nuestra sociedad, participemos activamente en esta construcción, y rechacemos la corrupción en sus múltiples expresiones.

Es ingenuo también pensar que podemos tener una Argentina que se desarrolla y deje de lado los actuales niveles de pobreza e indigencia sin la aplicación justa y equitativa de la ley y la rendición de cuentas para aquellos que la violan.

Parece imposible, pero no lo es. No nos rindamos. Así como hemos logrado conseguir y defender esta democracia, también podemos lograr una Argentina ética, y encontrar mecanismos para construir una sociedad basada en valores. Debemos comprometernos, de todos nosotros depende.

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