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Duna: La profecía intenta apegarse al legado de Game Of Thrones en sus disputas de poder, las traiciones y el sexo como atractivo

Duna: La profecía (Dune: Prophecy, Estados Unidos/2024). Creadores: Diane Ademu-John y Alison Schapker. Elenco: Emily Watson, Olivia Williams, Travis Fimmel, Mark Strong, Jodhi May, Sarah-Sofie Boussnina, John Heuston, Shalom Brune-Franklin. Disponible en: Max. Nuestra opinión: buena.

El sello HBO, hoy reconvertido en la plataforma Max, ha decidido honrar su reinado en las series de prestigio (estrenadas en general los domingos por la noche), y poner en marcha una serie que, espera, será tan adictiva como lo fueron otras sagas desde Game of Thrones hasta la moderna Succession. La verdad es que no es tan fácil, y esos fenómenos que cautivan al público y permanecen toda la semana en la discusión pública son difíciles de analizar y, a menudo, imposibles de replicar. Duna: La profecía tiene algunas ventajas: un universo conocido por gran parte de los espectadores como es el de la saga Duna, creada por los best-sellers de ciencia ficción de Frank Herbert y sus discípulos, y revalidado recientemente por las dos películas de Denis Villeneuve, quien logró triunfar allí donde Alejandro Jodorowsky y David Lynch, aun por diferentes razones, habían fracasado. También tiene dos actrices de talento y peso en la pantalla, como Emily Watson y Olivia Williams, para liderar a una precuela situada más de 10 mil años antes de la historia de Paul Atreides. Y, por último, tiene un nivel de producción de excelencia, un despliegue escénico y recursos fílmicos que auguran una factura potente y asombrosa.

Pero lamentablemente en el arte y el entretenimiento no siempre dos más dos son cuatro. Los valores con los que despega Duna: La profecía son reales, aunque sus resultados disten de la excelencia. Quizás el principal llamado de alerta sea el alejamiento de las coordenadas en las que parece haberse lucido Villeneuve, en esa alquimia prometida entre la fidelidad al texto y la reinvención cinematográfica, y el intento de apegar el espíritu de esta serie a uno de los mayores éxitos de HBO como fue Game of Thrones. Las similitudes son recurrentes, no solo en la centralidad de la estrategia política como eje argumental, sino en la estructura espacial de casas reinantes y trono en disputa, al igual que en la utilización del sexo como atractivo exploit, los secretos como comodín y las traiciones como artilugio para distribuir el poder de mano en mano. Las dos Duna del 2021 y del 2023 escaparon a esas constantes, se centraron en espacios desérticos antes que en salones de consenso imperial y se afirmaron más en la ciencia ficción que en el fantástico medieval del que provenía la saga de George R. R. Martin y en el que se prende la serie inspirada en la novela Sisterhood of Dune de Brian Herbert y Kevin J. Anderson.

“La victoria es celebrada en la luz pero se consigue en la oscuridad”. Así comienza el prólogo que resume la búsqueda de la verdad en la encrucijada entre la historia y la profecía. La guerra entre los humanos y las máquinas pensantes ha concluido con la proeza de un Atreides y el destierro de los Harkonnen, signados por la cobardía. De allí parten dos eminentes decisoras de la verdad que integrarán la hermandad Bene Gesserit, Valya (Jessica Bardem) y Tula (Emma Canning). En sus años juveniles, Valya se convierte en confidente y discípula de la Madre Superiora Raquella (Cathy Tyson), veterana de la guerra e impulsora de la gestación de un líder probo para el imperio nacido con el beneplácito de esta cofradía de mujeres en el planeta Wallach IX. Sin embargo, la muerte de Raquella origina una disputa por la sucesión que enfrenta a Valya y a la sucesora natural, Dorotea (Camilla Beeput), principista y defensora de la condición de guía de la hermandad. Un hecho que consagra el secreto y el poder de Valya nos traslada 30 años después: Valya (Emily Watson) es la nueva Madre Superiora y su plan de controlar a la heredera del trono está a punto de cumplirse.

Lógicamente, la cortada de las Harkonen para tejer sus planes a escondidas de su colegio de señoritas y de sus confiadas hermanas tiene su razón de ser: la profecía de una maléfica venganza contra las Bene Gesserit que fue vislumbrada en los últimos minutos de vida de Raquella. Y como no hay mejor defensa que el ataque, dominar el mundo para no ser dominado parece ser el proyecto más astuto, cultivado durante décadas y pronto a concretarse. Más allá del conflicto proyectado por una boda imperial en Salusa Secundus, la codicia por la especia que se propaga en Arrakis -el planeta desértico que bautiza a la saga como Duna-, y las oposiciones entre verdades y mentiras siempre relativas, lo que prevalece en el devenir de la serie es la lucha por el poder. Un poder que puede cristalizarse en el trono o en un polvo milagroso, pero que resulta el motor incluso detrás de las mejores intenciones.

Por último, más allá de las similitudes con el universo de Game of Thrones, su diseño y su estética, lo que adolece de empuje para Duna: La profecía es el elenco. Salvo las dos actrices principales y algunos otros secundarios como Mark Strong y Jodhi May como los emperadores, el resto resulta bastante anodino para la fortaleza que requieren los personajes. Casi todos los conflictos se dirimen frente a frente, primero entre el emperador y su posible aliado de la casa Richese, luego entre Valya y quienes amenazan su control de la princesa Ynez (Sarah-Sofie Boussnina), y sobre todo entre el misterioso soldado Desmond Hart (Travis Fimmel), sobreviviente del desierto Arrakis que pronto revelará sus poderes, y todos aquellos que se interpongan en su camino. Esas luchas verbales solo brillan cuando Watson y Williams las comandan, y decaen cuando son los personajes más jóvenes, en algún boliche espacial o en fiestas de psicodelia medieval, los que conducen el romance y la disputa con menos vibra de la esperada. El camino al desenlace quizás ofrezca el plato más fuerte pero el universo creado por Herbert y la expectativa de las películas de Villeneuve habían estimulado demasiado el apetito para una cena que nos deja con sabor a poco.

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