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Llegar a Huemules de noche es entregarse a un enigma. Todo lo que sabés del mundo se reduce a la oscuridad cerrada de los árboles que se ciñen sobre el camino, la montaña apenas recortada en el cielo estrellado y el sonido del río, siempre ahí, como si hablara en un idioma propio interminable. Pero al amanecer, cuando la penumbra cede, la verdad del lugar te sacude. Ante vos, al pie de los domos o de las tiny houses, aparece un espeso bosque de lengas descalzas, el perfume limpio de la nieve, y un cielo que luce más grande de lo que es posible abarcar. Todo esto es Patagonia, pero también algo más: una intimidad profunda con el mundo que te rodea. Aquí está Huemules, una reserva de montaña que busca cuidar lo eterno, lo imperturbable del paisaje.
El apellido Hidalgo Solá, tallado en la madera de la entrada, lleva décadas grabado en estas tierras. Antes, el campo era el escenario de pastores y ganado, una estancia que vivía de lo que daba la montaña. Luego vino la mina de polimetales en la altura, y con ella la explotación voraz, el ruido de los hombres y los camiones que surcaban la piedra rocosa. Hoy, lo que queda es otra cosa. Santiago Hidalgo decidió transformar la herencia de sus antepasados en algo que mirara hacia adelante, sin olvidarse del pasado. A poco más de veinte kilómetros de Esquel y a 1.110 metros sobre el nivel del mar, Huemules se reinventó como una propuesta turística donde la naturaleza manda y el lujo se mide en detalles invisibles: agua limpia, silencio, respeto.
Dormir en Huemules es casi como entrar a un pacto. Los domos geodésicos -espacios circulares, íntimos, entre minimalistas y rústicos- y las bellas tiny houses, se levantan sin pedirle permiso al paisaje, pero integrándose de manera casi natural, entre senderos que reparten equitativamente las distancias y las vistas hacia la montaña o el río. Todo aquí parece diseñado para dialogar con el entorno. Desde la decoración, hasta la indispensable salamandra para atemperar el ambiente.
Los muebles del lodge principal, por ejemplo, fueron creados a partir de las maderas que antes formaban corrales ganaderos. Nada sobra, nada falta: energía hidroeléctrica del río, compostaje que devuelve a la tierra lo que le pertenece, amenities biodegradables. Huemules es un equilibrio en peligro de extinción, una apuesta por lo esencial.
Ecos de historias antiguas
Cada jornada en Huemules está teñida de relatos que buscan un ida y vuelta entre el presente y el pasado. Luis, el baqueano que nos guía en la primera cabalgata, es el hilo entre ambas dimensiones. Su familia lleva generaciones criando caballos en el paraje Río Percy, pero ahora su oficio se ha vuelto otra cosa: compartir su saber con los viajeros. Luis cuenta que, de a poco, fue redescubriendo el paisaje que -de alguna forma- está impregnado en su cuerpo. Junto al fotógrafo, Xavier, y la gerenta de Huemules, Andrea Cárdenas, cabalgamos detrás de él por un bosque cerrado de ñires y lengas. Luis va revelando de a poco algunos secretos del camino, hasta que de pronto señala un claro que se abre a un mirador donde el cerro La Torta se recorta contra el cielo.
Más adelante, llegamos al Puesto de Vidal. Luis explica que los puestos llevan el nombre de quienes los habitaron. Vidal vivió aquí solo hasta sus 80 y largos años, rodeado de flores amarillas y plumeros que parecen bailar con el viento. Es de esas porciones del planeta que parecen confeccionadas de ausencias que el paisaje se encargó de absorber: hombres solitarios, nombres que persisten, historias que el tiempo guarda como tesoros. Luis señala la casita que habitó Don Vidal: una pequeña construcción de madera, que ahora utilizan de posta.
Al regresar, los caballos galopan a toda velocidad. Saben que el recorrido está por culminar. La bajada cambia de fisonomía. De la tierra acolchonada del bosque, esa suerte de compost milenario, a la roca dura y la arenilla amarillenta que quedó como resabio de la erupción del volcán Chaitén, en 2008. Nos espera una exquisita cena en el lodge, ese coqueto espacio común de Huemules también se sirven los desayunos bien caseros y los almuerzos, siempre con un ojo puesto en los productos frescos y locales.
Allí conocemos a Nahuel Gasparetto, un experto fanático de este lugar y encargado de diagramar las excursiones, tanto de trekking, cabalgatas o mountain bike. Hay opciones de medio día y de día completo, baja, media y alta dificultad. “Nos amoldamos a la necesidad de los clientes, podemos organizar trekkings cortos, largos y extremos, pero lo más increíble de Huemules es que es posible hacer alta montaña de forma muy accesible porque la cima está ahí nomás”, dice. Nahuel tiene 32 años y es oriundo de Baradero. Llegó acá después de una vida de emprendedor en la llanura para enfrentarse al doble filo de la montaña: su dureza y su belleza. Con ojos que parecen ver más allá del presente, sueña con cartografiar estas cumbres, bautizar picos anónimos, caminar senderos todavía secretos. Su entusiasmo es casi una fuerza física.
“Lo que vemos es una de las caras del cordón Rivadavia, conformado por cuatro hermosos cañadones”, informa. Y sigue: “El hecho de tener acceso gracias a los caminos de la mina, nos permite llegar a diferentes puntos y apreciar hermosas vistas, mallines… cada cual tiene su encanto: son 6300 hectáreas de lenga y ñires, con orquídeas silvestres, zorros, jabalíes, pumas, frutillas silvestres”.
Con él desandamos en camioneta un viejo camino de la mina abandonada para llegar al sendero Huemules Norte, atravesando túneles de nieve que todavía resiste y que cruje bajo las botas. La recompensa es una cascada que cae como un latido dentro de un anfiteatro natural. Es el sitio ideal para una merienda y unos mates.
Al atardecer, en el cielo se dibujan jirones de tonos rosados y dorados; el aire se pone fresco, y la quietud se irrumpe apenas con el humo de una fogata. Al regresar al domo, una pequeña liebre se cruza por el sendero para cobijarse debajo del deck.
Al día siguiente, Nahuel propone otra aventura. Subimos otra vez con la camioneta hasta donde la nieve en pleno deshielo nos permite. Desde allí, una caminata hasta la base de la montaña, donde la vegetación desaparece y la vista es inmejorable. A lo lejos, el Valle 16 de octubre, verde profundo, la laguna La Zeta, y más allá Esquel.
Nahuel marca con el dedo los viejos caminos mineros que todavía lastiman las laderas hasta perderse en sus entrañas derrumbadas. No ha quedado un solo túnel en pie. Encaramos la vuelta descendiendo en bicicleta a toda velocidad por senderos que zigzaguean entre árboles de troncos blanquecinos. El viento corta la cara, y la velocidad tiene algo de libertad primitiva.
En Huemules, el silencio no es ausencia, sino un lenguaje lleno de matices: un sitio que convoca una y otra vez a quien lo atraviesa. Es el ruido del agua, el susurro del viento entre las lengas. Es también la presencia de quienes habitaron este rincón: mineros, pastores, baqueanos. Todo eso sigue acá, latiendo bajo la superficie. Y cuando te vas, te llevás un poco de esa imperturbabilidad con vos, como si el paisaje se hubiera metido en tus venas.
Huemules Reserva de Montaña
Ubicada a 23 km de Esquel y 42 km del aeropuerto. IG: @huemules. www.huemules.com
La familia Hidalgo Solá inauguró en 2018 su emprendimiento turístico. El sistema es todo incluido: cuatro comidas, dos excursiones diarias o una de día completo (cabalgatas, mountain bike, trekking) y alojamiento en sus domos o tiny houses. Desde $400 mil, en base doble. Abre de noviembre a abril.
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