jueves, 20 febrero, 2025
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Estados Unidos. Primeros impactos del segundo mandato de Trump

Compartimos la nota publicada originalmente en el sitio web de la Liga Internacional Socialista.

Por Alejandro Bodart y Vince Gaynor

Desde que asumió su segundo mandato el 20 de enero, Trump lanzó una ofensiva reaccionaria, autoritaria e imperialista. Esta vez lo acompaña el establishment, con el respaldo de un Partido Republicano alineado detrás suyo, el apoyo explícito de los principales magnates capitalistas, y el posicionamiento permisivo de los demócratas y la burocracia sindical.

Esto último ciertamente colaboró con que no hayan surgido las grandes movilizaciones opositoras que lo recibieron en 2016, pero la creciente polarización social y política también alimenta la radicalización de un sector dispuesto a luchar para frenarlo, y su programa reaccionario no va a pasar sin provocar resistencia.

Los revolucionarios tendremos un papel fundamental en las luchas que se avecinan y en la organización de los luchadores que las encabezarán.

Un proceso global

El ascenso de la extrema derecha es un fenómeno mundial. Diversas expresiones de este sector gobiernan en siete países de la Unión Europea (Italia, Países Bajos, Hungría, Chequia, Croacia, Eslovaquia y Finlandia), están cerca de formar gobierno en Austria y están en ascenso en Francia, Alemania y el Reino Unido.

Algunas de sus expresiones más extremas y extravagantes, como el presidente argentino Milei y el mandatario salvadoreño Bukele, son promocionados como ejemplos a seguir internacionalmente. El bolsonarismo se mantiene como una fuerza de peso en Brasil, a pesar de haber perdido el gobierno.

El régimen fundamentalista de Modi en la India y el autoritario de Putin en Rusia, comparten características centrales con la extrema derecha occidental. Incluso más allá de estas expresiones políticas, predomina en el mundo una tendencia general hacia regímenes más autoritarios y represivos en todo el arco político capitalista.

La extrema derecha global no es homogénea, hay sectores más radicales o más cercanos a la derecha clásica, más nacionalistas o neoliberales. Pero más allá de la variedad, constituyen la punta de lanza de un decidido giro global a derecha de la burguesía, que ha fortalecido un sector reaccionario de la sociedad.

Un producto de la crisis sistémica

La crisis sistémica que atraviesa el capitalismo desde 2008 sólo es comparable con las que precedieron las dos guerras mundiales del siglo pasado. La destrucción y concentración de capital de esas guerras, le permitió a la burguesía recuperar la rentabilidad necesaria para superar aquellas crisis. Al no verse hoy en condiciones de afrontar por el momento, una nueva guerra mundial, intentan recuperar rentabilidad aumentando la explotación.

Por la profundidad de la crisis, no alcanza con haber acabado con el Estado de bienestar y el grueso de las conquistas ganadas en la segunda posguerra ni con la flexibilización del neoliberalismo. Necesitan acabar con los derechos más elementales de las masas trabajadoras y reducirnos a trabajar hasta que colapse el cuerpo, por lo mínimo indispensable para sobrevivir y seguir trabajando. Conscientes de que esto perjudica a la inmensa mayoría, genera oposición y provoca resistencia, necesitan reducir los mecanismos democráticos al mínimo y fortalecer los dispositivos represivos al máximo.

Que la extrema derecha expresa con mayor claridad esta necesidad del conjunto de la burguesía imperialista, explica en gran medida su rápida aceptación y asimilación por parte de los regímenes y partidos políticos burgueses, y aporta significativamente a su ascenso global.

A su vez, el fenómeno de la extrema derecha es parte de un proceso global de polarización, que también provoca movilizaciones masivas, rebeliones y revoluciones, incluyendo huelgas importantes que han reanimado algunos de los sectores obreros más poderosos del mundo. Es un proceso desigual, porque a pesar de las gigantescas luchas y la radicalización a izquierda de importantes sectores, no ha surgido una expresión política en este polo, como sí en el otro.

Sin embargo, como no han logrado aplastar la voluntad de resistir, lo que predomina es la inestabilidad. Y mientras las masas sigan luchando, los revolucionarios tendremos el deber de impulsar sus luchas y la oportunidad de organizar a los luchadores más decididos, lo que permite construir y fortalecer nuestras organizaciones revolucionarias.

2025 no es 2016

Este triunfo de Trump es parte del fenómeno global de ascenso de la extrema derecha, se alimenta del mismo y, a su vez, fortalece a todas sus expresiones. Esta retroalimentación explica, en una medida no menor, la confianza con la que Trump y sus socios asumieron y lanzaron una ofensiva tan amplia y profunda.

Trump fue una de las primeras expresiones de la extrema derecha, cuando asumió su primer mandato en 2016. En ese entonces, no era la principal apuesta de la burguesía, que veía más riesgos que oportunidades en su gobierno. Enfrentó grandes movilizaciones en su contra y la oposición o falta de colaboración de gran parte del establishment. No logró implementar muchas de sus iniciativas y perdió la reelección en 2020. Incluso fue enjuiciado y condenado por varios crímenes. Pero sí consolidó una base social radicalizada, minoritaria, pero importante; mientras las expresiones políticas tradicionales se siguieron desintegrando.

El gobierno demócrata de Biden, que sucedió a Trump, mantuvo algunas de sus políticas clave -como la política migratoria y los recortes impositivos para corporaciones y los ricos- rompió huelgas, apoyó alevosamente el genocidio sionista en Gaza; además de reprimir a los estudiantes que se solidarizaron con Palestina. Colaboró con esa decepción la claudicación de Bernie Sanders y de los Socialistas Democráticos de América, que habían generado expectativas en años anteriores, y pasaron a apoyar sin miramiento la reelección del “Genocida” Joe, y luego Harris. Consecuentemente, los demócratas perdieron unos cuatro millones de votos.

Mientras tanto, Trump se fortaleció dentro de las filas republicanas como el opositor más consecuente, como figura radical y perseguida por el establishment y, fundamentalmente, como expresión de la extrema derecha, que avanzó internacionalmente durante esos cuatro años.

A diferencia de lo ocurrido en 2016, el Partido Republicano se alineó detrás de su candidatura y construyó una coalición con más de 100 organizaciones de derecha radical y un ambicioso programa reaccionario, detallado en el Proyecto 2025 de la Heritage Foundation. La gran burguesía, que estuvo dividida durante su primer mandato, ahora está claramente invertida, expresada con claridad por el apoyo público de los magnates de la tecnología y los hombres más ricos del mundo como Musk, Zuckerberg y Bezos, que habían sostenido una imagen mucho más progresista hasta ahora.

El gobierno de Trump también cuenta con una mayoría conservadora en la Corte Suprema, una Trifecta en el Congreso -mayoría republicana en las dos cámaras- y una dirigencia demócrata más colaboracionista que opositora.

El conjunto de estos elementos muestra que la clase dominante imperialista tiene un mayor nivel de unidad sobre la necesidad de adoptar una orientación más reaccionaria. Evaluando que el primer mandato de Trump fracasó porque no avanzó más decididamente, apoyan el plan actual de intentar imponer cambios más profundos, más rápidamente. Una dinámica similar también ha llevado a la burguesía de otros países a pasar a dar su apoyo a la extrema derecha, por ejemplo, en Argentina.

En consecuencia, Trump y sus socios llegaron a la Casa Blanca rebalsados de confianza. Pero su apoyo real es minoritario en el conjunto de la sociedad. Trump ganó la elección por un margen de sólo 1,5 % y la abstención de un tercio del electorado significa que sólo un tercio lo eligió. No se puede perder de vista esta debilidad estructural del gobierno, detrás de su aparentemente ilimitada confianza actual.

La dimensión de la ofensiva

Desde que asumió, Trump lanzó una batería de ataques en todos los frentes, medidas contra trabajadores, oprimidos, derechos democráticos y regulaciones ambientales y declaraciones de agresión imperialista.

En una de sus primeras medidas, Trump indultó a los manifestantes condenados por el ataque al Congreso del 6 de enero, varios de ellos fascistas declarados. Su gabinete constituye el gobierno más oligárquico y reaccionario desde el siglo XIX. La ubicación del magnate Elon Musk con poderes extraordinarios sobre el Presupuesto, es indicativa.

Más allá de que tan realista sea su objetivo declarado de recortar más de un cuarto del Presupuesto nacional, ya ha despedido a decenas de miles de trabajadores estatales e impulsa el retiro “voluntario” de dos millones más. Cambió la categorización de la estructura estatal para arrogarse la potestad de despedir sin impedimento a millones de trabajadores, antes considerados no políticos. Frenó toda la asistencia social nacional e internacional, provocando una crisis mundial de acceso a los medicamentos de HIV, entre otros problemas.

Desató una redada masiva de ICE, la policía migratoria, arrestando a miles, trasladando a decenas a los campos de detención y tortura de Guantánamo. Firmó decretos que quitan derechos a las personas trans, que criminalizan a los activistas pro-Palestina y que eliminan programas contra la discriminación racial y de género.

Anuló las tibias regulaciones ambientales que había implementado Biden, retiró al país de los Acuerdos de París y de la Organización Mundial de la Salud.

Algunas de estas medidas han sido frenadas judicialmente, pero las posibilidades de que muchas de ellas sean ratificadas, en lugar de anuladas, hoy es mayor dado el ambiente político y la composición de la Justicia actuales.

También hay muchos anuncios de medidas poco realizables, pero que tonifican a la base social reaccionaria. En igual sentido, el saludo nazi de Elon Musk, aunque luego negó que lo haya sido, es un potente mensaje al sector de derecha radicalizada de la población, en el que este gobierno busca apoyarse para enfrentar la inevitable resistencia a la implementación de su programa.

Este accionar busca “inundar la cancha” con tantos ataques escandalosamente reaccionarios, pero inviables, para que resulte imposible responder a todos, y que los que sí pretenden concretar, parezcan menos terribles o pasen desapercibidos. Pero también es parte de una batalla cultural por el “sentido común”. Busca ampliar radicalmente las actitudes y acciones racistas, machistas, xenófobas, homófobas y generalmente reaccionarias que se consideran aceptables, y los derechos que se consideran “privilegios” o directamente delitos.

No es menor esta batalla, cuyo objetivo es fortalecer y motivar la acción de los sectores más extremos, violentos y directamente fascistas que constituyen el núcleo duro de la base social de la extrema derecha; y debilitar y desmoralizar a los trabajadores y oprimidos en general y a los activistas dispuestos a enfrentar esos ataques.

La Doctrina Trump

Una de las facetas centrales de la crisis sistémica del capitalismo en curso es la crisis de hegemonía imperialista. Estados Unidos, siendo aún la principal potencia mundial, está en un claro declive, mientras se fortalecen potencias regionales y surge China como competidor global.

En 2016, gran parte de la burguesía se opuso a las tendencias proteccionistas y aislacionistas de Trump y desde 2020, Biden intentó recuperar la orientación anterior. Ahora parece prevalecer la conclusión de que ya no sirve la estrategia multilateral, con la que el imperialismo estadounidense domina el mundo desde hace largas décadas; y que hace falta un cambio importante para recuperar poder global por la fuerza.

Por lo tanto, el giro brusco que impulsa el nuevo gobierno hacia un fuerte proteccionismo comercial y un nacionalismo expansionista más agresivo, cuenta con el acompañamiento del establishment.

Trump comenzó anunciando nuevas tarifas comerciales contra México, Canadá y China; y declaró su intención de retomar el control del Canal de Panamá, anexar Groenlandia y colonizar Gaza. Aunque estas últimas sean generalmente consideradas inviables, y las tarifas hacia Canadá y México luego fueran negociadas, los anuncios sirvieron como declaración de intención.

Desde entonces Estados Unidos ha aumentado las tarifas comerciales con prácticamente todo el mundo, lo cual descarga parte de la crisis en el resto del mundo, fortificando las ganancias de las empresas estadounidenses, a expensas de las demás. Esto agrava la crisis económica de todos los socios comerciales de Estados Unidos, incluyendo históricos aliados como Europa y Taiwán, y los países donde gobiernan otros mandatarios ultraderechistas como Argentina. Por lo tanto, va a generar mayores fricciones diplomáticas y políticas entre ellos, y va a agudizar el conflicto interimperialista con China y Rusia.

Trump también está intensificando una intervención política internacional más agresiva y unilateral. Jugó un papel central y visible en imponer el cese al fuego en Gaza, para luego proponer la más expeditiva expulsión de toda la población palestina. Ahora abrió negociaciones con Putin para pactar la entrega de territorio ucraniano a Rusia, a espaldas del pueblo ucraniano.

Sin embargo, el intento de fortalecerse por la fuerza, tiene también un elemento de desesperación y conlleva un riesgo no menor. Fortalecerse económica y geopolíticamente a expensas del resto, incluyendo sus aliados históricos, profundiza la crisis y la inestabilidad económica y política en todo el mundo. Ese desorden y los conflictos, guerras, rebeliones y revoluciones que cultiva es, a su vez, el mayor peligro para los planes del imperialismo.

Cómo enfrentarlo

La ofensiva del nuevo gobierno de Trump abre una nueva situación política, marcada por un ataque capitalista reaccionario, cualitativamente superior a lo anterior y que va a cambiar la dinámica de la lucha de clases notablemente.

Aunque todavía no pretenden salir de los márgenes generales de las instituciones democrático-burguesas y eliminar por completo a las organizaciones sindicales y políticas no burguesas, el salto autoritario y represivo que buscan imponer es profundo. Implica drásticos recortes de los derechos democráticos y una profundización de la persecución estatal, y de la violencia paraestatal contra los oprimidos y el activismo sindical y de izquierda.

Los demócratas, que amenazaban en las elecciones con que si ganaba Trump se vendría el fascismo, ahora minimizan los riesgos que hasta hace poco exageraban. Cuando se acerquen las próximas elecciones, se acordarán de lo peligroso que es Trump para presentarse como única alternativa. Pero es inmediata la necesidad de enfrentar a Trump y luchar por frenar sus planes.

Lejos de esto, los demócratas se esforzaron por garantizar una transición tranquila y ahora buscan maneras de colaborar con el nuevo gobierno. Quieren evitar que surjan movimientos de movilización que luego requieren tiempo y recursos para desmovilizar y canalizarlos hacia el lobbying y las elecciones.

Los revolucionarios tenemos que actuar de manera diametralmente opuesta. No podemos minimizar el peligro que significan los ataques del nuevo gobierno ni tampoco sobredimensionarlos. Más allá de la caracterización que hagamos, debemos estar en la primera línea de denunciar las medidas de este gobierno, transmitir la urgencia de organizarse para enfrentarlas y llamar a la unidad más amplia para dar esa pelea, con la mayor fuerza posible.

Al mismo tiempo, tenemos que exponer a los demócratas que hablan del peligro de Trump para pedir votos, pero no para enfrentarlo cuando más importa. Explicar su responsabilidad en abrirle la puerta, en desarmar los movimientos que lo podrían enfrentar con más fuerza y la necesidad de construir una alternativa política independiente de los capitalistas y sus intereses.

Debemos continuar las luchas económicas y sociales que venimos dando por salarios y el derecho a la organización sindical; contra el racismo institucional y la violencia policial; en defensa de los inmigrantes, el derecho a decidir, a la identidad y todos los derechos de género, entre otras. Estas se van a intensificar. Así como luchamos por establecer que las vidas negras importan, tendremos que luchar por defender las vidas de las personas trans, migrantes y mujeres.

Pero las luchas democráticas en particular, van a cobrar un protagonismo nuevo. Tenemos que tomar con fuerza las tareas de organizar la autodefensa ante los sectores fascistas que actuarán con mayor confianza, de enfrentar la persecución y represión, de defender política y físicamente el derecho a manifestarse y de todos los derechos democráticos, de una forma que no ha estado planteada en mucho tiempo.

La voluntad de luchar

La desmoralización acumulada durante el mandato de Biden, la desactivación de los movimientos de los últimos años por parte de los demócratas y su definición de no organizar protestas nacionales para la asunción de Trump, explican en gran medida por qué esta vez, no hubo manifestaciones multitudinarias como en 2016.

Sin embargo, existe una vanguardia que ve la necesidad y la urgencia de organizar la resistencia. Son miles de jóvenes radicalizados por el movimiento de solidaridad con Palestina, trabajadores activados en las huelgas de Amazon o de la UAW, activistas mujeres, LGBT+, inmigrantes, negros que han visto sus movimientos desactivados por los demócratas y comprenden la necesidad inmediata de organizar una lucha seria, contra un peligro muy real.

La ofensiva de Trump, inevitablemente va a provocar resistencia en el país y en todo el mundo. La fuerza y las posibilidades que tendrá, dependen en gran medida del nivel de organización y de la orientación política que tenga esa vanguardia radicalizada. Esto plantea a los revolucionarios una tarea para hoy, un desafío de esos en los que no da igual lo que hagamos o no hagamos, lo que logremos o no logremos.

Hoy es posible y necesario organizar a miles de activistas y trabajadores políticamente radicalizados y dispuestos a luchar en un proyecto revolucionario, para incidir en el curso de las luchas que vienen, y para sentar las bases de un partido revolucionario que represente a la clase trabajadora y luche por el socialismo en Estados Unidos y el mundo. Y se puede hacer a partir de un trabajo de reagrupamiento de los revolucionarios en el país e internacionalmente, como impulsa la Liga Internacional Socialista.

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