jueves, 19 junio, 2025
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Día 551: Kirchnerismo modo manía solapando su depresión

Ayer dedicamos esta columna a criticar el determinismo funcionalista de la historia que practica el kirchnerismo actual, a esta altura limitado a un campo político sectario no mayor a La Cámpora, al simplificar: “Si Lula fue preso y luego volvió a la presidencia, Cristina presa volverá a la presidencia”.

Y concluir que, como a Milei le irá mal, la gente pedirá que volvamos; que, en extenso, sería: “A Macri le fue mal y la gente pidió que volviéramos; a Milei le irá mal, la gente pedirá que volvamos”.

El silogismo correcto sería: “Cuando a Macri le fue mal, volvió el kirchnerismo y fue peor. Cuando a Milei le vaya mal, la gente elegirá algo con lo que crea que pueda irle mejor”, que no ha sido lo que fue.

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El eslogan “vamos a volver”, omitiendo que ya volvieron, es un síntoma inequívoco de un mecanismo de defensa —el más humano de todos, y al que todos apelamos— que es autoengañarse para soportar el dolor de la frustración, sobreactuando el opuesto a lo que se teme.

El modo manía solapando la depresión, que alude el título de nuestra columna de hoy, encuentra su expresión más sintomática en el clima festivo que se percibió en los cinco días hábiles de aguante frente a la casa de Cristina Kirchner, y en la alegría que ella misma derramaba con sus bailes en el balcón.

Sentimiento que también sobrevoló el ánimo de muchos de los manifestantes que colmaron la Plaza de Mayo y sus adyacencias, donde no se estaba participando del duelo por una pérdida, sino de la convicción de un nacimiento, con la necesidad de estar convencidos de que la historia los espera.

Nada más opuesto al sentimiento de quienes marchaban acompañando a Lula camino a su detención: lloraban a mares, le rogaban que no se entregara, y las imágenes de pesar eran desgarradoras, propias de un funeral. El propio Lula caminaba hacia el coche de policía que lo llevaría a prisión con la cabeza gacha y gesto de profundo dolor.

“No, no estoy escondido. Voy a ir allí y ver sus rostros para que sepan que no tengo miedo. Entonces sabrán que no voy a correr y voy a demostrar mi inocencia”, dijo Lula antes de entregarse para pasar 580 días en una celda de 15 metros cuadrados.

En cambio, en la marcha de este miércoles, luego del discurso de Cristina Kirchner, se veía un clima festivo en la Plaza de Mayo mientras sonaban los redonditos de ricota.

¿Qué quiere decir que en el país de la alegría y la música los brasileños partidarios de Lula lloraran, y que en el país de la melancolía —cuna del tango— los argentinos partidarios de Cristina mostraran más sonrisas que lágrimas?

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Claramente, que lo que estaba sucediendo no tenía la épica que luego creó las condiciones de posibilidad para el regreso de Lula. Que la detención domiciliaria de Cristina, sin siquiera tener que cumplir las formalidades legales mínimas fuera de su domicilio, no luce a los ojos de todos como la de Lula. 15 metros tenía la celda de Lula.

Lula no era más joven que Cristina: también era septuagenario cuando fue detenido en 2018 Para colmo, venía de un cáncer de esófago; su mujer, también enferma, murió un año antes, es decir que estaba en pleno duelo de su esposa de toda la vida, Marisa Letícia Lula da Silva quien había cosido con sus manos la primera bandera del Partido de los Trabajadores.

Y el lugar de detención de Lula no solo no fue su casa, tampoco fue su ciudad: lo llevaron a otra provincia, a otro estado, a cientos de kilómetros de San Pablo. Como si a Cristina la hubieran trasladado a la Unidad Penitenciaria Nº 4 de Bahía Blanca, por ejemplo.

Además de su mujer, mientras estuvo en prisión murieron su hermano y, la más desgarradora de las desgracias, su nieto de 7 años por meningitis. Al verlo llorar en ese funeral, al que le permitieron asistir por un puñado de horas, nadie imaginó en ese momento que ese hombre roto podría recuperarse. Se alimentó con comida de cárcel durante 580 días, y no estaba Rappi para llevarle Rapanui.

En Brasil también existe la posibilidad de prisión domiciliaria para mayores de 70, pero la codicia vengativa de los anti lulistas —que se la denegaron— lo llevó luego a la presidencia. Con sabiduría política, la Justicia argentina concedió a Cristina la benevolencia que, desde mi perspectiva, corresponde porque además es socialmente que cumpla la condena en su casa.

En Brasil, cuando detuvieron a Lula, algo inmenso pasó. En Argentina, con la condena a Cristina, no parece haber sucedido lo mismo. Después de tantos años de amenaza —“Si la tocan a Cristina, qué lío se va a armar”— no se armó, por lo menos aún y gracias a Dios, ninguno, mérito también de sus partidarios.

Tuvo más dramatismo la enorme convocatoria que acompañó a Cristina Kirchner el 13 de abril de 2016 a Comodoro Py, a declarar por primera vez como expresidenta, que la del 13 de noviembre de 2024, el año pasado, cuando Casación confirmó su condena.

En el medio, como bien acotó Manu Jove en un mensaje de X, había pasado el gobierno de Alberto Fernández y ella misma. Ya había consumido —y sin éxito— su carta de volver al gobierno. Ya había vuelto al gobierno, y desgraciadamente, sin éxito.

Más allá de la falacia “Cristina igual Lula” o “Cristina opuesto a Milei”, el acto de ayer encierra múltiples otros mensajes: fue un acto de La Cámpora para disciplinar al resto del peronismo. La Cámpora cantaba canciones contra Kicillof aludiendo a la frase de las nuevas canciones que ya es célebre en la discusión peronista. “Si querés una nueva canción, vení que te presto la mía”, coreaban jóvenes de la Cámpora en varios puntos de la marcha.

La organización kirchnerista era por lejos la más grande y parece haberse volcado a mostrar esa superioridad numérica a lo largo de la marcha. El sindicalismo claramente no fue de la partida. La CGT había dado “libertad de acción” y las columnas de diferentes gremios eran pequeñas delegaciones. También se escucharon cánticos contra la CGT por no haber convocado con fuerza.

Los gobernadores solo disimularon y quedaría cuatro significantes encarnados: Máximo, Massa, Kicillof y Grabois. Máximo y Massa, luce cercanos; Grabois, como siempre, contra todos; Kicillof, en soledad.

Y deja abierta la discusión sobre el propósito del acto de ayer: más allá de la catarsis emocional, de la necesidad de transmitir apoyo a la condenada, ¿para qué sirvió políticamente el acto?

La marcha de Ni Una Menos creó una agenda feminista permanente en el país. La marcha universitaria hizo retroceder —levemente— a Milei. Yendo más atrás en el tiempo, la marcha del 17 de octubre sacó a Perón de la cárcel y lo llevó a la presidencia, pero bueno aquello era una dictadura. ¿Cuál es el efecto de esta marcha, salvando las distancias históricas?

El espejo misterioso de Lula

No hubo un ethos. Confluyeron fragmentos con idiomas distintos, unidos coyunturalmente por una cuestión puntual que no modificará esa ni otras marchas: el avance en la Justicia de las causas contra Cristina Kirchner, que seguirán progresando. Una marcha sobre un hecho consumado, contra una proscripción que se termina aceptando.

Fueron de la unidad al amontonamiento, como planteó Javier Calvo en una nota publicada hoy en Perfil.

“Este modelo que ahora encarna Milei, que no es diferente a los de otra hora, se cae. Y se cae no solo porque es injusto e inequitativo, sino fundamentalmente porque es insostenible en términos económicos”, dijo Cristina Kirchner ayer e su discurso.

Esta posición política del kirchnerismo la había anticipado el periodista Carlos Burgueño en Perfil.com. Ayer le hicimos una nota para que nos comente su columna, la que recomiendo. Vamos a un fragmento de la nota que le realizamos a Burgueño.

“Lo primero es que está convencida Cristina Fernández de Kirchner —y el kirchnerismo— de que va a haber una crisis, y que esa crisis va a haber que aprovecharla políticamente para la redención”, dijo Burgueño en una nota que le hicimos ayer en este programa.

No esperan un 2001, que es, digamos, el punto de partida del kirchnerismo, el 2001-2002, la llegada del kirchnerismo al poder en el 2003, la caída de la convertibilidad. Tampoco un ’89, tampoco la hiperinflación de Raúl Alfonsín”, señaló.

Y agregó: “Ven un escenario parecido al de Chile del 2019, donde el disparador fue haber aumentado 30 pesos un boleto de transporte público. O sea, que básicamente es la nada misma para generar una chispa que después genere una asonada que cambie el sistema político de Chile —como lo cambió— y el sistema económico, en democracia, todo dentro de las instituciones”.

En la marcha, la consigna y el eslogan de la propia Cristina, pareció reducirse a: “Milei tiene fecha de vencimiento, nosotros no”. O sea: Milei va a morir pronto; nosotros estamos más vivos que nunca. En el discurso siempre se dice lo que se dice… y lo que no se dice. Esto último, a veces, resuena con más fuerza. Esta vez lo que estaba inmanente en el discurso fue: “no estamos muertos”. Nosotros no estamos muertos; Milei es el que se va a morir.

Una marcha que no ordenó electoralmente al peronismo. Podría, en algún futuro no lejano, morir Milei —simbólicamente y políticamente, claro—, e igual no sobrevivir La Cámpora y el cristinismo. Tanta insistencia con la fecha de vencimiento de Milei denota el temor a la propia finitud.

Finalmente, kirchnerismo en modo manía, la mejor forma de taponar su depresión.

Nos vamos con la misma canción que sonó ayer luego de las palabras de Cristina. Todo preso es político, de los Redondos de Ricota.

Producción de texto e imágenes: Facundo Maceira

MC/ff

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