La administración del presidente Donald Trump ha jugado un rol central en la negociación de un nuevo acuerdo de paz histórico, esta vez entre la República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda, que busca poner fin a décadas de conflicto en el este congoleño.
La iniciativa fue impulsada a petición del presidente congoleño Félix Tshisekedi, quien invitó formalmente a Estados Unidos a mediar en las conversaciones, marcando un cambio sustancial en la geopolítica africana contemporánea.
El acuerdo, que fue rubricado el día de hoy y será firmado oficialmente el 27 de junio en Washington en presencia del secretario de Estado Marco Rubio, representa una de las intervenciones diplomáticas más significativas lideradas por la administración Trump fuera del continente americano.
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Tras tres días de intensas negociaciones entre delegaciones de ambos países en la capital estadounidense, se logró un consenso que podría terminar con una guerra que ha dejado más de seis millones de muertos desde los años noventa.
El conflicto, centrado en el control de los vastos y valiosos recursos minerales de la región, como coltán, cobalto, litio, cobre y oro, ha sido protagonizado por más de 125 grupos armados, entre ellos la milicia M23, considerada por organismos internacionales como apoyada por Ruanda.
Aunque el M23 no participó directamente en las negociaciones, el acuerdo establece mecanismos para su desarme, desmovilización e integración condicional, además de garantizar el respeto por la integridad territorial y facilitar el retorno de refugiados.
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Lo que distingue esta intervención es el enfoque transaccional promovido por Trump. A diferencia de los esfuerzos anteriores, basados en la »diplomacia blanda» y la cooperación multilateral, la estrategia estadounidense bajo su liderazgo apostó por acuerdos concretos que vinculan la paz con incentivos económicos.
Este modelo permitió que Estados Unidos negocie también acceso preferencial a los minerales estratégicos de la RDC, en un contexto de competencia global con China, que actualmente controla más del 80 % del cobalto congoleño.
En este contexto, Trump designó a Massad Boulous, empresario y suegro de su hija Tiffany, como asesor especial para África. Boulous viajó rápidamente a la región, se reunió con jefes de Estado y empresarios, y ayudó a facilitar acuerdos paralelos sobre inversión minera y cooperación en migración, replicando el enfoque de seguridad-intercambio que ha caracterizado otras políticas del expresidente.
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El acuerdo también podría tener un impacto económico directo: se espera que atraiga miles de millones de dólares en inversión estadounidense, impulsando proyectos como el Corredor Lobito, una vía férrea que conectará las minas del cinturón de cobre congoleño con el océano Atlántico. Esta infraestructura es clave para garantizar una ruta de exportación alternativa a las cadenas controladas por China.
Aunque persisten dudas sobre la efectividad del acuerdo si el M23 no cesa sus operaciones militares, el gobierno de Ruanda habría expresado su disposición a retirar apoyo a la milicia, y el gobierno congoleño se muestra abierto a medidas de cooperación económica con su vecino.
Los expertos consideran que, si el acuerdo se mantiene, Estados Unidos obtendría no solo ventajas estratégicas y comerciales, sino también un importante triunfo diplomático bajo el liderazgo de Trump.
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