sábado, 28 junio, 2025
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El modelo de Milei, en la encrucijada

El modelo económico del gobierno libertario conoce enormes problemas en el sector externo, que está tapando con la estacionalidad de las exportaciones de soja. Los datos de crecimiento respecto del año pasado también son un gran recurso para el oficialismo, que sin embargo solo marcan una recuperación respecto de un año de crisis. En muchos sectores, como industria, construcción o comercio, estamos lejos de haber vuelto a datos de actividad de 2023, a pesar de haber sido ese un año poco glorioso. Comparado con dos años atrás, muchos de esos sectores marcan una caída que ronda entre el 10 o el 20% en su producción. Los grandes ganadores hasta ahora son el sector minero e hidrocarburífero, el sector de intermediación financiero y el sector agropecuario, pero incluso este último muestra crecimiento respecto de 2023, que fue uno de sus peores años en la historia. El sector agropecuario está lejos de vivir una era dorada: diversas empresas están en situación financiera crítica, los precios internacionales están en niveles históricamente bajos y los datos de rentabilidad están por el piso.

El hecho de no haber podido sumar reservas en la temporada de cosecha es un problema que marca el volumen de salida de divisas que existe en el país. El modelo pierde divisas por todos lados: importaciones, compra de dólares (formación de activos externos), turismo emisivo, que no tienen perspectiva de reducirse para la segunda parte del año, cuando las exportaciones empezarán a bajar por motivos estacionales. Para retomar el ejemplo de la casa: los egresos son mayores que los ingresos de dólares, y esa diferencia de flujo se sostiene tomando deuda. La sustentabilidad de ese modelo está en cuestión, y cuando todos esperan una devaluación después de octubre, esta podría no ocurrir. Al fin y al cabo, Milei se ha cansado de decir que en Argentina los malos gobiernos solucionan todo devaluando, y los funcionarios del Ministerio de Economía parecen haberse enamorado de la apreciación cambiaria como herramienta para frenar la inflación. Un escenario alternativo donde se continúe con este nivel de apreciación cambiaria (o empeore, si sigue la inflación) es desafiante para cualquier empresa o trabajador, porque implica una pérdida de competitividad por la macroeconomía que difícilmente se pueda saldar desde la microeconomía, ni siquiera bajando impuestos o costos laborales.

Esta discusión nos remite inmediatamente a los últimos años de la convertibilidad, donde se buscaba competitividad ante la devaluación de Brasil de 1999 por dos medios: la “devaluación fiscal”, en la cual se reducían impuestos para mejorar los costos empresarios, y la deflación, que fue una realidad durante los años 2000 y 2001, pero logrando bajar los precios muy lentamente. La máxima deflación mensual fue en junio de 2001, alcanzando 0,70%. Esto nos remite directamente a la discusión teórica entre Keynes y los neoclásicos, donde Keynes decía que los precios no bajan, o lo hacen de forma demasiado lenta como para que tenga algún impacto relevante. El final de la convertibilidad fue una muestra de eso: ninguna deflación pudo mejorar la competitividad de la economía y se sucedieron las quiebras y el desempleo sin lograr bajar de forma importante los precios.

En el escenario actual estamos lejos de esta situación. El oficialismo mira cualquier dato de baja de precios como si fuera una señal relevante. Pero es difícil decir a la vez que la economía crece y que hay deflación. ¿Qué empresa bajaría sus precios si vende cada día más? La deflación implica una fuerte recesión, tal vez más fuerte que la de 2001, para que tenga algún efecto (o tal vez no).

El modelo de Milei se encuentra en una encrucijada, ante los problemas en el sector externo viene frenando las paritarias, pero el freno en el aumento de los salarios frena la economía. Los datos de consumo son contradictorios, pero pareciera que este escenario invita a las familias a comprar electrodomésticos, autos, irse de turismo al exterior, e incluso comprar un departamento, es decir, todo lo que puede ser importado. Eso para los que pueden, que en gran parte serán los trabajadores con empleo registrado del sector privado, que pudo empatarle a la inflación en el último año. Para el resto, la cosa es más difícil.

No obstante, si se frenan las paritarias es posible que la economía se frene, o que incluso se avisore una recesión. Ese escenario sería el más lógico, dadas las circunstancias: un mayor crecimiento económico significaría un fuerte impulso a las importaciones y, por ende, una caída muy acelerada de las reservas para el segundo semestre. Lejos de un crecimiento del 5% que fue el consenso de los economistas para este año 2025, pareciera que este año será de crecimiento bajo, estancándonos en un piso de actividad con pocos antecedentes en la historia de nuestro país. Llegar a las elecciones de octubre en esta situación podría ser un problema para el Gobierno: apostaba todo a que controlando la inflación podía arrasar en las legislativas y poder llevar adelante un programa de ajuste más agresivo. Hay que ver cómo se mueve la actividad y cómo eso impacta en las condiciones de trabajo. El dato de desempleo del primer trimestre muestra que estamos peor que en 2024, y si se estanca la economía, ese dato no pareciera mejorarse. Debemos recordar en este punto que en las elecciones presidenciales, los trabajadores informales eran una base de apoyo importante para Milei. Hoy son seguramente los principales afectados por el modelo económico, y veremos cómo se traduce esto: si en un voto bronca o en un voto hacia la oposición. Para que esto se dé, el peronismo debería empezar a tirar diagonales con los sectores afectados por este modelo, que son muchos, si quiere volver a gobernar en 2027.

*Director de la Consultora Lado B.

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