La durísima imputación de “estar del lado de las dictaduras sangrientas” que Javier Milei le hizo esta semana al Papa Francisco tuvo un efecto inmediato en la relación con la Iglesia. La cúpula del Episcopado puso en el freezer una visita del libertario a las máximas autoridades eclesiásticas del país que sus allegados estaban gestionando. No obstante, en el Vaticano dicen -como lo vienen diciendo hace meses- que el pontífice sigue pensando en venir a la Argentina en 2024 “gane quien ganare las elecciones”. A la vez que repiten que el único condicionante es su salud, que hoy -aseguran- está muy bien.
Las afirmaciones de Milei durante una entrevista con el polémico periodista norteamericano ultra conservador Turcker Carlson -en las que reiteró su crítica al concepto de justicia social que enarbola el catolicismo- no sólo causaron el lógico estupor en los medios eclesiásticos. También sorpresa -más allá de su conocida personalidad imprevisible y temperamental- porque se pensaba que después de la misa de desagravio al pontífice de los curas villeros por los insultos que le había propinado en el pasado, el libertario evitaría, al menos por un tiempo, atacar al Papa.
Tampoco Milei tuvo en cuenta el repudio a sus afirmaciones que pronunció días después de la misa de desagravio el presidente el Episcopado, el obispo Oscar Ojea, uno de los clérigos que allegados al libertario querían que el candidato de La Libertad Avanza visitara. Ojea dijo que el libertario “se expresó con insultos irreproducibles y con falsedades”. Y que Francisco es para los católicos “un profeta de la dignidad humana en un tiempo de violencia y exclusión”, además de “un Jefe de Estado al que se le debe un respeto particular”.
Más sorprendente aún resultó que dijera lo que dijo al día siguiente de que, el miércoles, en TN, afirmó que ese tipo de descalificaciones “ya no hago más desde que estoy en política”, tras acusar a los curas villeros de “deshonestos” por haber basado el desagravio en “un video de hace cinco años” y preguntarse si los curas villeros decían algo “cuando Hebe de Bonafini pronunciaba barrabasadas sobre el Papa”. Incluso luego de las PASO decía una y otra vez que respeta al Papa “como jefe de la Iglesia y jefe de Estado”.
Otro efecto que tuvieron las últimas imputaciones de Milei fue que abroquelaron a toda la Iglesia después de que la misa de desagravio había generado un fuerte debate interno. Si bien, obviamente, era unánime el repudio a los dichos del libertario, los que no estaban de acuerdo con el oficio religioso no sólo decían que los agravios fueron hace años, sino que la Iglesia no debía quedar involucrada en la campaña objetando a un candidato. Mucho menos, objetando a través de una misa, que es un sacramento.
La cúpula del Episcopado y el propio Francisco -según aclararon en su momento fuentes del Vaticano- no estaban de acuerdo con la misa. De hecho, las máximas autoridades eclesiásticas no adhirieron (solo se manifestó Ojea ante la trascendencia del oficio religioso y, de paso, expresar el derecho de la Iglesia a exponer su doctrina social sin ser agredida). Fue sintomático que el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, no haya asistido pese a que la misa se celebró en su jurisdicción.
De todas maneras, la misa de desagravio aceleró una tradición de los principales candidatos ante cada elección presidencial. Ir a ver a los curas villeros para escuchar las necesidades de sus barriadas. El que picó en punta fue el candidato del oficialismo, Sergio Massa, quien es sabido que no tiene buena relación con Francisco desde que procuró eyectarlo de su cargo de arzobispo porteño, pero -ciertamente tenaz- no abandona la esperanza de recomponer el vínculo.
Para alegría de los curas villeros -que empezaban a recibir críticas por supuestamente inclinarse por Massa- Patricia Bullrich también les pidió un encuentro en que sorprendió al revelarles que le había enviado una carta al Papa en la que le pedía que venga al país. Al pedirles ayuda para que se concrete la visita, argumentó que la Argentina probablemente nunca más tendrá un pontífice y que Francisco puede ser de una gran ayuda para sacar al país del atolladero.
Más de un clérigo se preguntó cómo cayó esta actitud Bullrich dentro de las filas de Juntos por el Cambio, donde se cuentan dirigentes que suelen ser durísimos con el Papa como Miguel Ángel Pichetto y Fernando Iglesias. Si se trató de una actitud electoral, seguramente Jaime Durán Barba la desaprobaría porque -recordó un sacerdote- en el inicio de la presidencia de Macri decía que el pontífice “no sumaba ni diez votos”.
¿Y los curas villeros recibirán a Milei? El principal referente del grupo, el padre Pepe Di Paola, dijo tras la misa de desagravio que si el libertario quiere tener una reunión con ellos primero deberá disculparse por las imputaciones al Papa. Lejos de semejante actitud, el libertario dobló la apuesta.