lunes, 11 agosto, 2025
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Internacional. El negociado entre imperialismos recae sobre los asalariados

Significado y consecuencias del acuerdo arancelario entre EE. UU. y la UE. Por una alianza internacional de los asalariados contra todos los imperialismos. Solo una revolución socialista puede dar a Europa una nueva perspectiva histórica.

El imperialismo estadounidense descarga su declive sobre los imperialismos rivales, empezando por los “aliados”. El acuerdo arancelario entre Trump y Von der Leyen se inscribe en este marco general.

El relanzamiento del proteccionismo a gran escala por parte de la nueva administración estadounidense apunta a objetivos combinados: recaudar nuevos recursos con los que desgravarse los capitalistas estadounidenses; y sobre todo repatriar a EE. UU. la industria manufacturera que emigró en los años dorados de la globalización.

Se trata de un plan para reactivar las bases materiales del imperialismo estadounidense ante el ascenso de la competencia imperialista de China. “Hacer grande a América de nuevo” tiene en el proteccionismo su credo.

La política proteccionista estadounidense se despliega en todo el globo bajo una lógica negociadora sin escrúpulos. Se extiende no solo a América —a través de Canadá y México, en nombre del viejo lema “América para los americanos”—, sino también a Asia, donde no se ahorra siquiera a los aliados tradicionales de EE. UU., como Japón y Corea del Sur, a pesar del interés estratégico estadounidense en contener a China (lo que plantea interrogantes aún sin resolver sobre la jerarquía de prioridades del trumpismo).

Es evidente, sin embargo, que en el tablero planetario la Unión de imperialismos europeos ha recibido, por así decirlo, un trato especial por parte de Trump. Similar al reservado al imperialismo japonés. Más gravoso que el ofrecido al viejo imperialismo británico.

El acuerdo aún está sujeto a interpretaciones fluctuantes, pero su naturaleza es evidente a simple vista: un acuerdo escandalosamente desequilibrado en favor de los capitalistas estadounidenses y del gobierno de EE. UU.

El arancel de referencia del 15 % afectará al 70 % de los bienes europeos exportados a EE. UU. (que ascienden en total a 531.000 millones de euros), y se suma al “arancel informal” de la devaluación del dólar en un 15 %.

Paralelamente, la UE se compromete durante los tres años restantes del mandato de Trump a comprar productos energéticos estadounidenses por 750.000 millones de dólares (básicamente gas y petróleo), a invertir en EE. UU. 600.000 millones de dólares por parte de empresas europeas, y a aumentar los suministros militares desde la industria bélica estadounidense, cuyas acciones bursátiles se han disparado.

La única contraprestación para la UE es la renuncia (temporal) de EE. UU. a elevar los aranceles al 30 %.

Gran parte de la prensa burguesa europea está desmoralizada: “para evitar la guerra, hemos aceptado la rendición”. En particular, la postura sumisa exhibida por la presidenta de la Comisión Europea durante el negociado ha sido objeto frecuente de críticas y burlas. Comprensible. Pero más allá de la superficie escénica, es necesario ir al fondo de lo ocurrido.

LA CRISIS DE LA UNIÓN EUROPEA

La debilidad negociadora de la Unión Europea refleja su base material. Existe un imperialismo estadounidense, un imperialismo chino, un imperialismo ruso. No existe un imperialismo europeo. Existe una unión de Estados imperialistas nacionales, de diverso tamaño, desde hace tiempo penalizados en la competencia global, divididos por intereses divergentes y conflictivos. Imperialismos nacionales que compiten por las inversiones extranjeras mediante una carrera a la baja en la fiscalidad sobre beneficios; que disponen de sistemas energéticos distintos; que se disputan los mercados del acero, la industria farmacéutica, la industria militar continental; que se enfrentan encarnizadamente por los fondos europeos para agricultura e industria; que rivalizan por áreas de influencia en Europa, los Balcanes, el norte de África y Oriente Medio, así como por las proyecciones de mercado en China, India y América Latina.

La caída del muro de Berlín, luego la gran crisis de 2008, y finalmente la competencia combinada y agresiva de otras potencias imperialistas (principalmente EE. UU. y China) llevaron a los imperialismos europeos primero a crear y luego a preservar su unión. Pero nunca como hoy los distintos intereses nacionales han resultado tan conflictivos.

La disputa entre Alemania y Francia por la primacía en Europa, el conflicto latente entre Francia e Italia en el norte de África, la competencia entre Italia y Alemania en los Balcanes, las interminables controversias sobre las políticas presupuestarias (tanto nacionales como comunitarias) son reflejo de ello. La llamada “construcción federal” de la UE no ha superado el umbral de la moneda común (2000) y lleva más de veinte años estancada.

El recurso excepcional al endeudamiento común en respuesta a la pandemia (2020) no ha tenido continuidad. El mismo plan de rearme recientemente aprobado responde sobre todo, y no por casualidad, a las capacidades presupuestarias de los distintos Estados nacionales, lo que agudiza sus diferencias (empezando por la franco-alemana).

NEGOCIADO EUROPEO, INTERESES NACIONALES

El acuerdo comercial entre la UE y EE. UU., y su resultado, no pueden entenderse al margen de este contexto general. Formalmente, era y es la Unión Europea, a través de su Comisión, la titular de la negociación comercial. Pero tras el telón del negociado continental, se agitan distintas presiones nacionales.

Berlín intentó sobre todo proteger su industria automotriz. Roma trató de defender su industria agroalimentaria y farmacéutica. París se siente amenazada por un acuerdo que la perjudica en sectores clave de su industria militar y energética, y protesta (“la hora oscura de la sumisión”).

Von der Leyen negoció por todos y por nadie. Así, ahora todas las distintas cadenas nacionales y/o sectoriales lamentan el desfase entre los resultados y sus expectativas. Entre el resultado y su “mandato”, mayormente nacional.

Por otra parte, una negociación comercial nunca es solo comercial, menos aún en el contexto actual. Pesan las relaciones de fuerza generales en el plano del poder imperialista.

En estos meses el imperialismo estadounidense ha puesto sobre la mesa su incuestionable primacía militar (OTAN), la fuerza de su sector energético, el peso de sus grandes monopolios tecnológicos.

Los compromisos europeos de comprar armas, gas y petróleo a EE. UU. e invertir masivamente en territorio estadounidense son producto de la presión material del imperialismo norteamericano, y hoy en particular del giro nacionalista de su nueva dirección política.

Resulta llamativo el “compromiso” europeo de gastar 750.000 millones en gas y petróleo estadounidenses cuando toda la exportación de EE. UU. en ese sector asciende a 141.000 millones; como también sorprende el compromiso de invertir en EE. UU. 600.000 millones por parte de empresas europeas, cuando se trata de inversiones privadas, difícilmente previsibles o cuantificables.

Es posible que la cifra incluya en realidad la compra de bonos del Tesoro estadounidense, hoy en dificultades, entre otras cosas por la amenaza de desinversión parcial de China. Pero más allá de incógnitas y contradicciones, queda el hecho esencial: la unión de los imperialismos europeos se ha doblegado ante la presión del imperialismo estadounidense.

POR LA INDEPENDENCIA DE CLASE DE LOS ASALARIADOS EUROPEOS

Ahora todas las burguesías del continente reclaman “compensaciones”. En otras palabras, una nueva montaña de miles de millones para indemnizar a los capitalistas europeos por los aranceles estadounidenses.

Los mismos capitalistas que, en respuesta a esos aranceles, estudian trasladar su producción a EE. UU.

Por un lado, las organizaciones patronales reclaman dinero a sus respectivos gobiernos, presentando la factura del daño sufrido (22.600 millones, según la sola Confindustria italiana), e invocando excepciones a las normas europeas sobre ayudas de Estado. Por otro, acuden directamente a la UE, exigiendo la suspensión del Pacto de Estabilidad e incluso un nuevo recurso al endeudamiento comunitario (al que Alemania sigue oponiéndose).

En todos los casos se enarbola la bandera del interés común entre patrones y trabajadores.

Sea con el discurso nacionalista del “interés nacional” contra una Europa “madrastra”, sea con el relato liberal-europeísta del “interés europeo” frente a la arrogancia de Trump.

Esta operación fraudulenta debe ser rechazada. No deben ser los asalariados quienes paguen el coste de la competencia entre capitalistas, sus Estados y sus uniones.

Frente a las deslocalizaciones anunciadas, debe exigirse la nacionalización sin indemnización y bajo control obrero de las empresas afectadas. Frente a nuevas operaciones de deuda, hay que reivindicar una fiscalidad extraordinaria y progresiva sobre los grandes beneficios y patrimonios, junto con la cancelación de la deuda pública con los bancos.

Frente a nuevos recortes del gasto social (quizás para financiar gastos en armamento, ya sea europeo o estadounidense), se impone un gran plan de inversiones públicas en sanidad, educación, servicios sociales, restauración ambiental y reconversión energética —esta última incluso traicionada formalmente mediante el compromiso de compra de gas y petróleo estadounidense—, todo ello a costa de los capitalistas.

Frente a cualquier pretensión de un interés común entre clases, hay que reivindicar y construir una alianza internacional de los asalariados europeos, y de estos con el proletariado estadounidense, igualmente golpeado por la combinación mortal de inflación y recortes sociales.

POR UNA FEDERACIÓN SOCIALISTA EUROPEA

Lo ocurrido exige además una reflexión estratégica más amplia sobre el porvenir de Europa y su papel en el mundo.

Hoy el declive histórico de Estados Unidos se descarga sobre Europa, cada vez más vasija de barro entre las grandes potencias globales.

Los círculos burgueses liberales que claman por una unidad europea sobre bases federales, en nombre de una réplica de la antigua federación americana, ignoran las contradicciones nacionales insalvables entre los distintos Estados imperialistas del viejo continente: su unión no solo se edificó contra los trabajadores europeos, sino que representa un proyecto estancado y fracasado.

Los sectores soberanistas que llaman a disolver la Unión Europea y/o a aliarse con el imperialismo ruso o chino proponen de hecho una nueva subordinación de Europa, aunque en dirección distinta, hacia otras potencias imperialistas emergentes. Nada que corresponda a los intereses de los asalariados europeos.

Solo una revolución socialista puede unificar Europa sobre bases progresistas. Solo un gobierno de los trabajadores y las trabajadoras, en cada país y a escala continental, puede dar a Europa una nueva perspectiva histórica.

¡Por una federación socialista europea! ¡Por los Estados Unidos Socialistas de Europa!

Esta es la consigna de la Liga Internacional Socialista, de la cual el PCL es su sección italiana.

Por: Partido Comunista de los Trabajadores (PCL)

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