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Superclásico: ocho juveniles de Boca y de River que vivieron su jornada inolvidable en un clásico

Suele decirse que hacer un gol en un clásico cambia para siempre la relación de un futbolista con los hinchas. Pero si, además, eso ocurre cuando el que convierte es un chico surgido en las inferiores, todo se potencia. A lo largo de la historia del superclásico, cientos de jugadores se dieron el lujo de anotar y de ser los dueños de los flashes. Pero unos pocos tuvieron ese doble mérito de ser del semillero y destacarse ante el eterno rival. A continuación, LA NACION rescata los capítulos de algunos de estos protagonistas de River y Boca que dejaron su sello imborrable en la historia reciente.

El superclásico del 31 de marzo de 1991 cerró una racha inolvidable de Boca ante River. Aquel fue el quinto triunfo consecutivo ante su eterno rival en solo dos meses, lapso en el que se enfrentaron dos veces en el torneo de verano y otras dos por la etapa de grupos de la Copa Libertadores.

Este partido, disputado en la Bombonera, fue muy parejo. Al punto que José Miguel le había desviado un penal nada menos que a Gabriel Batistuta. Tan equilibrado fue que el 0 a 0 parecía inamovible. Hasta que Diego Latorre, con apenas 21 años y a la vez ya con tres temporadas en la primera xeneize, sacó un fuerte derechazo desde 30 metros y la colgó de un ángulo.

El día que Ortega brilló en la Bombonera

Sábado 30 de abril de 1994. Día no habitual para que se crucen Boca y River, plato fuerte siempre reservado a los domingos. Pero el feriado por el Día del Trabajador alteró la agenda del fútbol de Primera.

Si bien Sodero le atajó un penal a Sergio Manteca Martínez a poco de iniciado el partido, esa tarde el Millonario armó un festival en la Bombonera, al ritmo de dos jóvenes intratables de su semillero: Ariel Ortega (20 años) y Hernán Crespo (18). Marcaron un gol cada uno, pero lo del Burrito fue soberbio. Al punto que ese encuentro pasó a la historia como el día que Ortega sacó a Mac Allister del Mundial, pues el Colorado, habitual convocado a la selección que entonces dirigía Coco Basile, quedó fuera de la lista posterior para Estados Unidos 1994.

Fue la primera alegría de los de Núñez en la Bombonera en ocho años.

Cuenta la leyenda que el 25 de octubre de 1997, en el vestuario visitante de la cancha de River, Diego Maradona se abrazó con el técnico Héctor Veira y, llorando, le dijo que no podía seguir jugando. Que Boca, que para ese entonces perdía 1 a 0 por un gol de Sergio Berti, debía ir a buscar la remontada sin su máximo ídolo, por entonces muy maltrecho.

Quien pisó campo millonario con 19 años y el número 20 en su dorsal, y condujo al xeneize a un inolvidable 2 a 1 (goles de Julio César Toresani y Martín Palermo, de cabeza) fue Juan Román Riquelme. Proveniente de las inferiores de Argentinos y ya campeón mundial Sub 20 en Malasia, Román cambió el partido con sus pinceladas, su dinámica y su buen pie.

Si bien de acuerdo a la ficha técnica él ingresó por Nelson Vivas y fue Claudio Caniggia quien reemplazó a Diego, se recuerda ese momento como el pase de un simbólico legado, de 10 a 10.

Riquelme, junto a Traverso, en 1997, la tarde del 25 de octubre en la que Boca le ganó a River en el Monumental y fue el último partido de Maradona

El “centro” de Aimar y el final de una mala racha

Hacía nueve años que River no podía ganarle a Boca en su estadio. Desde septiembre de 1990 (2-0 con goles de Jorge Higuaín y Rubén Da Silva), una de las décadas más exitosas de la historia millonaria se contrastaba con padecer ante el Xeneize en su casa.

Todo se terminó el 17 de octubre de 1999, cuando Pablo Aimar, un chico cordobés que ya venía pisando fuerte, inició el camino al deseado triunfo con un golazo: desde un ángulo cerrado la clavó por arriba del arquero Oscar Córdoba. Pablito lo gritó con ganas, junto al banderín de corner. Juan Pablo Ángel selló el 2 a 0 y la fiesta fue completa.

Domingo 9 de mayo de 1999. En la Bombonera, Boca iguala 0 a 0 con River. Ante una lesión de Córdoba, la valla xeneize la cuida Roberto Abbondancieri, quien más tarde cambiaría la C por la Z en su apellido.

De pronto, lo inesperado: el Pato cae dolorido. Acusa una lesión en el hombro izquierdo y debe ser reemplazado. Carlos Bianchi abraza a Cristian Muñoz, su arquero suplente. Le da indicaciones. Le desea éxito. El chico está serio y escucha. Y finalmente, ingresa. Tiene 21 años y es su segundo partido oficial. El primero en casi dos años, luego de su debut en septiembre de 1997.

Muñoz se muestra firme, seguro, confiado. Y redondea una actuación destacada, con buenas intervenciones. Para que la alegría sea completa, Boca gana. Es la tarde en la que Marcelo Araujo interrumpe el dato de la recaudación del partido porque Palermo, desde muy lejos y cuando nadie lo esperaba, se da vuelta y saca un fuerte zurdazo para decretar el 2 a 1: “Setecientos setenta y seis mil cuatrocientos veinte pesos la recaudación para esta nueva edición del Superclásico del fútbol argentino MARTIIIIIN ¡GOL! ¡GOOOOOOOOL!”.

“En realidad, no puedo decir que me voy feliz porque me tocó ingresar por las lesiones de Oscar (por Córdoba) y de Abbondancieri, pero sí que me voy conforme con mi rendimiento. Creo que Boca hizo un gran partido y siempre es especial ganarle a River”, declaró el chico Muñoz tras el partido.

La gallinita de Tevez

Carlos Tevez ya era el Apache para el 17 de junio de 2004. Con 20 años ya era, también, campeón argentino, de América y del Mundo con Boca. Pero tenía una cuenta pendiente: destacarse en un Superclásico. Para colmo, un mes antes había sido expulsado en la derrota ante River 1 a 0 en la Bombonera, por el torneo local.

En un escenario complicado y con un clima muy caliente (aquella llave de semifinales de Copa Libertadores fueron los primeros cruces oficiales sin público visitante de la historia), el Millo lo ganaba 1 a 0 con un golazo de Lucho González. Pero Carlitos fue fundamental para marcar el 1 a 1 parcial, al conectar casi en el área chica un centro atrás desde la izquierda de Franco Cángele.

La felicidad y el desahogo lo nublaron, al punto que celebró de manera similar a como lo venía haciendo hasta entonces: sacudiendo sus brazos. El árbitro Héctor Baldassi lo expulsó por considerar el festejo como una provocación. Con el 2 a 1 agónico de Nasuti, todo se definió por penales. El Apache, que se quedó con las ganas de patear, celebró con fuerza aquella épica victoria de Boca en el Monumental y la clasificación a la final de la Libertadores.

Boca llegó al Monumental con el pecho inflado el 8 de octubre de 2006. Bicampeón del fútbol argentino y jugando un fútbol de altísimo nivel, el Xeneize se encaminaba a su primer tricampeonato de la historia.

Sin embargo, la desvinculación de Alfio Basile (la AFA lo había contratado para que se hiciera cargo del seleccionado) y el arribo de Ricardo La Volpe, desconocido para el fútbol argentino y con conceptos diferentes a los del Coco, desacomodaron un vestuario xeneize que andaba sobre ruedas.

Gonzalo Higuaín, de 19 años, tuvo una actuación soberbia. Abrió la cuenta ¡de taco!, luego de un centro de Víctor Zapata, y más tarde volvió a poner en ventaja a River al liderar y definir un contragolpe letal. Rodrigo Palacio había establecido el 1 a 1 parcial y Ernesto Farías sentenció el 3 a 1 final.

El récord de Lanzini

Manuel Lanzini tiene su nombre grabado a fuego en la historia de los superclásicos. Con 20 años, el 5 de mayo de 2013 anotó el gol más rápido de todos los Boca-River: 43 segundos. Con el plus de que fue en la Bombonera.

No solo eso, sino que un año más tarde volvió a anotar en ese escenario, al abrir el marcador del encuentro que finalizó con victoria millonaria 2 a 1, la tarde del agónico cabezazo de Funes Mori.

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